Al borde de un infinito precipicio, una aguja enhebrada con hilo negro se balancea vulnerable al viento tibio de una tarde crepuscularia; cerca del corte terrenal que divide la tierra en dos, un higo muerto y seco vigila como el horizonte plano e infértil demarca los límites del paisaje de óleo; bajo el higo, donde debería proyectar su sombra, una calavera descansa de cuarenta años de cosechar brevas mientras fuma un habano seco y descascarado que ya ni siquiera emite gases; dentro de la calavera, una familia de ratas intenta sobrevivir al calor sofocante que azota la región; el horizonte se cae a pedazos mientras una gigantesca nube de astillas espera agazapada el momento preciso para arremeterse en el paisaje y ensuciar las pinceladas.
Al otro lado de la tela, un arbusto solitario espera la caída de su última hoja verde mientras las otras hojas secas se esparcen por el cielo, se elevan con el viento, y salen del recuadro por el precipicio.
Algunos kilómetros sobre el horizonte, el sol impone su colosal magnitud entre amarillos, naranjos y rojos pincelazos circunferenciales y con ellos alumbra su paisaje cuidando no dejar sombras.
En el medio del terreno árido, una cama rota, desecha, quemada y medio ladeada espera que algún furtivo viajero llegue a postrarse en ella, sin comprender porqué nadie ha llegado a ella en veinte años.
En la esquina del precipicio éste, un cartel de calle se encuentra clavado apuntando hacia abajo con un pequeño nombre escrito en manuscrita blanca ilegible…
y las monedas…
estrauberrifilds forever
Hace 14 años
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