El vago, inmerso en su esfera de escombros, cuerda, plumavit y cartón mojado, no hace más que pedir limosna con soberbia y altanería durante largas horas.
Los transeúntes lo miran con desprecio, algunos con miedo, y en algunos casos se acerca alguna persona que le tiende la mano, pero el vago es orgulloso y los echa de su esfera.
El vago solo posee su cartón mojado, un canario y un terno viejo que usa desde que lo despidieron de su trabajo hace ya más de lo que se puede creer, y mientras no exige alguna cooperación, limpia su terno o su caja o escucha cantar a canario, que de vez en cuando le sube el ánimo.
También salen a pasear por la avenida y avanzan indiferentes a la presencia estática de los ojos perturbadores que no los dejan de asechar.
El vago ya no recuerda nada de lo que ocurrió antes de que el canario llegara a pararse sobre el gorro que lleva sobre las canas, y eso lo alivia y limpia de odios y rencores ocultos, pero a veces siente que su canario se distrae del canto y de vez en cuando vuela bajo, tan bajo que cualquier pequeño hombre podría arrebatárselo. Por eso apura el paso y avanza por la avenida intranquilo y preocupado.
Pero el vago ha aprendido a interpretar el vuelo de su ave y sabe que el canario tiene una profunda herida y su malestar es grave.
Durante largas horas, el vago observa al canario con orgullo de que sea él el privilegiado que oye su canto, pero sabe que el canario es indefenso y que cualquier momento algún anima del presente puede llevárselo sin más que llamarlo.
Mientras tanto, una cuerda cuelga desde una cúpula alta de plumavit y de la cuerda brota un clavel rojo que se mueve de un lado a otro muy lentamente dejando que el tibio viento lo balancee.
El clavel solo se nutre de escasas gotas que descienden desde la cúpula por la cuerda hasta el tallo, y ha sido así desde siempre, por eso su aspecto es un poco extraño.
Por la distancia que hay entre el clavel y el suelo, teme por su seguridad y solo desea que el golpe contra es asfalto no sea tan duro, ya que cada vez se suelta un poco más del la cuerda putrefacta que no se sostiene con la misma fuerza que antes.
Bajo la cúpula, una jaula rota está tirada de costado y todavía se siente el eco del momento en que se cayó y rompió.
El viento que corre es cada vez más fuerte y más helado.
Además la plumavit está bastante desgastada y la cuerda se está rompiendo.
Por eso, el clavel decide finalmente caer desde la altura sin importar el costo.
Tanto la plumavit como la cuerda ya no soportan más y se desvanecen desde el cielo hasta la árida superficie del cemento humano.
Durante un lapso ínfimo de tiempo, entre segundo y segundo, al otro lado de la esfera, un canario abandona a su vago, tentado por el tibio viento que sopla en ese sector del universo sin darse cuenta de que el dolor será terrible.
El canario, empujado por el viento, ve a la distancia un clavel cayendo lentamente, y sobre este, la cuerda y la plumavit que se desploman dejando rastros de su antigua posición.
El canario se da cuenta de que el viento es cada vez más helado, fuerte e inaguantable y que lo está llevando a su jaula rota. Por eso se frena repentinamente.
Mientras cae, el clavel va acelerando y junto a él, la cuerda y la plumavit.
El canario mira con tristeza el clavel estrellándose contra el cemento y segundos después, ve cómo lo que alguna vez fue una cúpula cae y aplasta al clavel.
Todo se transforma en escombros y una neblina blanca y polvorienta cubre todo el lugar.
Solo queda el tallo del clavel fuera de los escombros.
Tiempo después, un niño empieza a jugar entre los escombros y encuentra el clavel marchito, lo toma y se lo lleva…
Luego, el niño transeúnte le regala el clavel marchito a un vago que refunfuñaba entre lágrimas al pié de una cúpula sobre la que un canario volvía a cantar.