miércoles, 31 de diciembre de 2008

Ahora, a 24 minutos del fin, vi caer un libro en blanco desde el piso de arriba;

Vi pasar un pájaro desplumado volando sobre el canal;

Oí cantar al ebrio una canción desesperante, deprimente y conmovedora a su amada.

Sentí caerse el tiempo de mi reloj, y ví como se filtraba por entre las alcantarillas de la cuneta.

Deshice la cama, sacudí las almohadas, retiré los lasgos pelos que quedaban de aquellas tardes, cambié las sabanas, volví a hacerla, la estiré y finalmente dejé que una moneda rodara desde la cabecera hasta los pies.

Saqué la foto que alguna vez fue mia del velador y la puse en la última página del libro de Bukowski.

Y finalmente boté el humo de ese último cigarrillo de hierba que me remontó a todos los recuerdos.

sábado, 27 de diciembre de 2008

4:11 a.m

Estábamos todos.
Éramos.


Parecía ser una especie de camarín abandonado, sucio, oscuro, y con mal olor.

Había una “sala” central con casilleros en los costados y un par de bancas largas en el medio, desde la muralla del fondo hasta los espejos del otro lado del pasillo…

Doblando por la sala central hacia la derecha, estaban los baños.

Habían seis inodoros sin tapa y sucios en el costado izquierdo encasillados en cubículos, al fondo habían urinarios y al lado derecho estaban los lavamanos.

Completamente al otro lado del camarín, estaban las duchas.
Era una gran sala de baldosa blanca y con sarro. Era más o menos de 7 metros de ancho y 7 de largo, y bastante alta. Unos 3 metros de alto.

De las murallas, por entre las baldosas salían las duchas. Más que duchas eran tubos doblados.

Más abajo estaban las perillas. Una de agua fría y otra supuestamente de agua caliente.



Por más que busqué, en ninguna parte vi ventanas ni puerta.

El asunto es que estábamos todos.



Por donde mirara veía escenas asquerosamente bizarras.

Habían entre 40 a 50 personas…todas conocidas, pero nadie notaba que yo estuviera ahí.

No recuerdo como mierda entré, pero apenas lo hice vi un par de tipos cerca de los casilleros. Estaban bebiendo vodka de una botella de vidrio azul. Bebían a destajo.
Cada tres tragos, el del pelo extraño se agarraba la entrepierna por debajo del pantalón tratando de acomodarlo, mientras que el otro, el que alguna vez tuvo el pelo extraño, se lo miraba con los ojos como platos.

Seguí caminando por el pasillo de los casilleros, y un poco más allá, en la banca izquierda, una joven con aspecto de vieja fumaba el cigarro número 14 de la noche. Lo apagó en su pierna y la colilla cayó al suelo, donde estaban las otras colillas mojadas.




Al fondo del pasillo, había unos energúmenos que alzaban sobre sus cabezas unos paños azules y los agitaban mientras daban gritos como simios.


Me devolví a mi punto de partida y decidí ir a la derecha.

Apenas doblé por la sala central, vi un tipo obeso con afro y lentes que vomitaba en las piernas de otra tipa mientras le decía que nunca debió haberlo hecho y que se quería ir a su casa.

Esa penosa escena terminó por convencerme de que no era un lugar normal, o de que estaba demasiado drogado.

Traté de entrar a un inodoro, pero cuando abrí la puerta, vi a una joven mujer que le limpiaba el culo a otro webetas, y mientras ella lo limpiaba, el tipo se masturbaba sin pudor mirando al techo como alabando al señor.

Cerré rápidamente la puerta y entré al baño de al lado.

En este, un tipo le golpeaba la cabeza a su novia contra la muralla, y luego le sumergía la cabeza en el inodoro. La joven se ahogaba con su propia sangre que le brotaba por la boca, nariz y pómulos.

Me fui a las duchas, a ver que había ahí, y cuando llegué, vi una pareja joven en pelotas.
El tipo estaba entre las piernas de ella moviéndose como bestia.
Le sostenía los muslos como a un metro del suelo, y le mantenía las extremidades inferiores suspendidas. Ella tenía el pecho apoyado en el suelo, y con las manos trataba de empujar la muralla que tenía en frente.
El pelo le cubría la cara, por eso no podía ver bien quien era. Además estaban de espaldas a mí y no parecía que fueran a cambiar de posición.

De repente, ella se sacó el pelo de la cara, volteó la cabeza y clavó su par de ojos azules en los míos, y con cara de felicidad, o más bien de complicidad, volvió a su posición inicial y empezó a jadear y fingir orgasmos.

Inmediatamente al lado, una mujer estaba cagando en cuclillas.
Me pidió que me acercara, y me empezó a hablar en el idioma universal del coma etílico.
No entendí ni media palabra, así que me fui.

Después, otra tipa se acercó y me apretó la entrepierna, pero cuando me soltó me aparté.
Ya había decidido no volver a verla.









No se como llegué.
No se como irme.
No se si está bien y no se si esta mal.
No se si estoy sobrio, ebrio, duro, a 100 metros de altura, no se si voy a necesitar otro en dos minutos más.
No se si mañana estas personas recordarán lo de hoy.

La música que ha estado sonando toda la noche, es el manifiesto De Un Brujo sumido en marihuana.

Y ni siquiera se que hago aquí, sentado en este inodoro solamente con un gorro puesto sobre la cabeza, escribiendo todo esto sobre un pedazo de papel higiénico.




24 de diciembre

Navidad sin viejo pascuero

Isla negra

4:11 A.m.

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El vago, inmerso en su esfera de escombros, cuerda, plumavit y cartón mojado, no hace más que pedir limosna con soberbia y altanería durante largas horas.

Los transeúntes lo miran con desprecio, algunos con miedo, y en algunos casos se acerca alguna persona que le tiende la mano, pero el vago es orgulloso y los echa de su esfera.

El vago solo posee su cartón mojado, un canario y un terno viejo que usa desde que lo despidieron de su trabajo hace ya más de lo que se puede creer, y mientras no exige alguna cooperación, limpia su terno o su caja o escucha cantar a canario, que de vez en cuando le sube el ánimo.

También salen a pasear por la avenida y avanzan indiferentes a la presencia estática de los ojos perturbadores que no los dejan de asechar.

El vago ya no recuerda nada de lo que ocurrió antes de que el canario llegara a pararse sobre el gorro que lleva sobre las canas, y eso lo alivia y limpia de odios y rencores ocultos, pero a veces siente que su canario se distrae del canto y de vez en cuando vuela bajo, tan bajo que cualquier pequeño hombre podría arrebatárselo. Por eso apura el paso y avanza por la avenida intranquilo y preocupado.

Pero el vago ha aprendido a interpretar el vuelo de su ave y sabe que el canario tiene una profunda herida y su malestar es grave.

Durante largas horas, el vago observa al canario con orgullo de que sea él el privilegiado que oye su canto, pero sabe que el canario es indefenso y que cualquier momento algún anima del presente puede llevárselo sin más que llamarlo.

Mientras tanto, una cuerda cuelga desde una cúpula alta de plumavit y de la cuerda brota un clavel rojo que se mueve de un lado a otro muy lentamente dejando que el tibio viento lo balancee.
El clavel solo se nutre de escasas gotas que descienden desde la cúpula por la cuerda hasta el tallo, y ha sido así desde siempre, por eso su aspecto es un poco extraño.

Por la distancia que hay entre el clavel y el suelo, teme por su seguridad y solo desea que el golpe contra es asfalto no sea tan duro, ya que cada vez se suelta un poco más del la cuerda putrefacta que no se sostiene con la misma fuerza que antes.

Bajo la cúpula, una jaula rota está tirada de costado y todavía se siente el eco del momento en que se cayó y rompió.

El viento que corre es cada vez más fuerte y más helado.
Además la plumavit está bastante desgastada y la cuerda se está rompiendo.
Por eso, el clavel decide finalmente caer desde la altura sin importar el costo.

Tanto la plumavit como la cuerda ya no soportan más y se desvanecen desde el cielo hasta la árida superficie del cemento humano.




Durante un lapso ínfimo de tiempo, entre segundo y segundo, al otro lado de la esfera, un canario abandona a su vago, tentado por el tibio viento que sopla en ese sector del universo sin darse cuenta de que el dolor será terrible.

El canario, empujado por el viento, ve a la distancia un clavel cayendo lentamente, y sobre este, la cuerda y la plumavit que se desploman dejando rastros de su antigua posición.

El canario se da cuenta de que el viento es cada vez más helado, fuerte e inaguantable y que lo está llevando a su jaula rota. Por eso se frena repentinamente.

Mientras cae, el clavel va acelerando y junto a él, la cuerda y la plumavit.

El canario mira con tristeza el clavel estrellándose contra el cemento y segundos después, ve cómo lo que alguna vez fue una cúpula cae y aplasta al clavel.

Todo se transforma en escombros y una neblina blanca y polvorienta cubre todo el lugar.

Solo queda el tallo del clavel fuera de los escombros.

Tiempo después, un niño empieza a jugar entre los escombros y encuentra el clavel marchito, lo toma y se lo lleva…

Luego, el niño transeúnte le regala el clavel marchito a un vago que refunfuñaba entre lágrimas al pié de una cúpula sobre la que un canario volvía a cantar.

viernes, 12 de diciembre de 2008

::::CaMiSa De FuErZa::::

En una habitacion vacía que alguna vez fué blanca, un viejo mendigo, sin ropa y sucio, está tirado haciendo círculos con tiza en el suelo y de vez en cuando se levanta y hecha agua a un clavel que vigila y cuida de hace tiempo. Tararea una canción ilógica, sin métrica ni nada, en un tono muy alto y desafinado, y babea un poco.

Hay sólo una ventana circular a lo alto de una de las murallas, y se puede ver la punta de un árbol muerto que se balancea con el viento.

Una soga cuelga desde el centro del techo hasta más o menos la tercera parte superior de la habitación, justo encima del clavel maldito que se marchita de a poco a pesar de los esfuerzos del viejo.

El viejo siente la triste esperanza de que el clavel responderá a su esfuerzo y comenzará a crecer, pero el clavel cada vez se va poniendo más oscuro y seco.

El viejo se levanta babeando y empieza a gritar agarrandose los pocos pelos que le quedan.

Está golpeando las paredes con los nudillos.

Derrepente, empieza a temblar y a caer polvo del techo.

Se abre una puerta en el suelo y entra un hombre pálido, sin expresion en su rostro y de traje blanco completo.

De un bolso que anda llevando, saca un cuadro. Un cuadro simple. Es el retrato de una sombra.

Lo coloca al frente del viejo y se retira hacia abajo.

Luego, entran dos niños pequeños, de no más de 5 años y le ponen al viejo una camisa de fuerza.

El viejo no puede hacer movimiento alguno, pero ve con claridad el retrato de la sombra en la pared. Esta sombra antigua está quieta, pero el clavel tiene una obsecion con ella, y deja que la consuma.

El viejo observa impotente el paisaje triste que se le presenta y grita despavorido una serie de palabras extrañas, pide auxilio, pero nadie aparece.

La sombra consumió al clavel inocente que no entendio jamás que la sombra solo era un cuadro de óleo.

El viejo deja de gritar y empieza nuevamente a tararear su canción.

Entran unas personas que recogen el cuadro, el clavel marchito, le quitan la camisa y lo dejan nuevamente en el suelo dibujando y babeando con asco sobre los simientos del clavel ya muerto.